Transitar de Centenario a Neuquén en horarios pico es una odisea.
Adriano Calalesina
adrianoc@lmneuquen.com.ar
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Centenario
Viajar de Centenario a Neuquén por la Ruta 7 ya no será lo mismo. Atrás quedó ese tiempo cuando la ruta parecía “un billar”, a mediados de 1994, con la inauguración de la multitrocha. Una ruta en la que casi no circulaban camiones y donde se corrían “picadas” que llegaban hasta los 180 kilómetros por hora.
“Eran otras épocas donde la nafta valía 75 centavos, no aumentaba y hacíamos competencias para ver quién bajaba tiempo. Le poníamos siete minutos de acá a Neuquén”, recuerda Mauricio, un tanto nostálgico, mientras se prepara para llevar a sus hijos al colegio y emprender un camino al trabajo, que le demandará no menos de 25 minutos.
Son las 8 de la mañana y los autos parecen ejércitos que se dirigen a toda velocidad a los destinos laborales. La movilización es total. Los camiones pasan cargados de hierros, combustible, equipos de perforación, nitrógeno y vaya saber qué tantas cosas, imposibles de controlar, en un flujo que no cesa. Hace poco, el Gobierno colocó los semáforos y las opiniones están divididas. A muchos les molesta llegar tarde y tienen esa nostalgia del “viaje rápido” a la capital neuquina. Pero hay otros, más resignados, que creen que ésta será una de las soluciones (al menos temporaria al caos que se vive todos los días). “Está todo bien, diez minutos más no son nada, a nadie le va a cambiar la vida”, comenta el hombre de un Siena rojo, que espera el semáforo verde para poder “despegarse” del pelotón de autos del que viene desde hace por lo menos 500 metros.
El paisaje ha cambiado drásticamente desde hace dos décadas. Hoy hay más loteos, gente y urbanizaciones al costado de la calzada, donde los álamos se han derribado, y por la noche cuesta sentir el olor de los frutales, que identificaban las raíces de la ciudad. “Antes podías ir medio dormido, hoy olvidate, tenés que estar atento a que no te choquen de atrás, ni encontrarte con que alguien frenó de golpe”, agrega.
El primer obstáculo se presenta a pocos metros de Centenario, en el cruce con el cementerio. En ese lugar, doblar hacia el pueblo y cruzar la calzada es casi imposible. Le llaman “el cruce de la muerte”, pero no desde hace mucho. Allí, por lo menos hubo una treintena de accidentes, varios de ellos fatales.
De noche, el panorama es peor. Las láminas reflectivas de los guardarráils se desgastaron hace por lo menos 10 años y es difícil distinguir la banquina de la ruta. De frente, todos se hacen señas de luces, en una acostumbrada escena, solo para quienes viven acá.
“Estuve en Catamarca el año pasado y hay una ruta que está impecable. Es raro, pero con todo el movimiento de empresas y guita que hay acá, que todavía tengamos esta ruta”, comenta Mauricio, un tanto resignado por el tenso viaje.
Van 20 minutos sobre la calzada y estamos en el parque industrial de Neuquén, a la altura de la ex cerámica Zanon. Hasta hace poco era uno de los lugares más peligrosos. Los camiones se cruzaban de carril para doblar hacia la izquierda. Algunos vehículos intentan cruzar el semáforo en rojo. Pasan uno o dos, pero los demás están a los bocinazos. Antes de subir hay que tomar recaudos. La banquina está descalzada unos diez centímetros y una mala maniobra puede llevar el auto a los tumbos. El viaje es más largo y dentro de unos meses se podría tardar el doble, sin saber realmente si será más seguro.
Viajar de Centenario a Neuquén por la Ruta 7 ya no será lo mismo. Atrás quedó ese tiempo cuando la ruta parecía “un billar”, a mediados de 1994, con la inauguración de la multitrocha. Una ruta en la que casi no circulaban camiones y donde se corrían “picadas” que llegaban hasta los 180 kilómetros por hora.
“Eran otras épocas donde la nafta valía 75 centavos, no aumentaba y hacíamos competencias para ver quién bajaba tiempo. Le poníamos siete minutos de acá a Neuquén”, recuerda Mauricio, un tanto nostálgico, mientras se prepara para llevar a sus hijos al colegio y emprender un camino al trabajo, que le demandará no menos de 25 minutos.
Son las 8 de la mañana y los autos parecen ejércitos que se dirigen a toda velocidad a los destinos laborales. La movilización es total. Los camiones pasan cargados de hierros, combustible, equipos de perforación, nitrógeno y vaya saber qué tantas cosas, imposibles de controlar, en un flujo que no cesa. Hace poco, el Gobierno colocó los semáforos y las opiniones están divididas. A muchos les molesta llegar tarde y tienen esa nostalgia del “viaje rápido” a la capital neuquina. Pero hay otros, más resignados, que creen que ésta será una de las soluciones (al menos temporaria al caos que se vive todos los días). “Está todo bien, diez minutos más no son nada, a nadie le va a cambiar la vida”, comenta el hombre de un Siena rojo, que espera el semáforo verde para poder “despegarse” del pelotón de autos del que viene desde hace por lo menos 500 metros.
El paisaje ha cambiado drásticamente desde hace dos décadas. Hoy hay más loteos, gente y urbanizaciones al costado de la calzada, donde los álamos se han derribado, y por la noche cuesta sentir el olor de los frutales, que identificaban las raíces de la ciudad. “Antes podías ir medio dormido, hoy olvidate, tenés que estar atento a que no te choquen de atrás, ni encontrarte con que alguien frenó de golpe”, agrega.
El primer obstáculo se presenta a pocos metros de Centenario, en el cruce con el cementerio. En ese lugar, doblar hacia el pueblo y cruzar la calzada es casi imposible. Le llaman “el cruce de la muerte”, pero no desde hace mucho. Allí, por lo menos hubo una treintena de accidentes, varios de ellos fatales.
De noche, el panorama es peor. Las láminas reflectivas de los guardarráils se desgastaron hace por lo menos 10 años y es difícil distinguir la banquina de la ruta. De frente, todos se hacen señas de luces, en una acostumbrada escena, solo para quienes viven acá.
“Estuve en Catamarca el año pasado y hay una ruta que está impecable. Es raro, pero con todo el movimiento de empresas y guita que hay acá, que todavía tengamos esta ruta”, comenta Mauricio, un tanto resignado por el tenso viaje.
Van 20 minutos sobre la calzada y estamos en el parque industrial de Neuquén, a la altura de la ex cerámica Zanon. Hasta hace poco era uno de los lugares más peligrosos. Los camiones se cruzaban de carril para doblar hacia la izquierda. Algunos vehículos intentan cruzar el semáforo en rojo. Pasan uno o dos, pero los demás están a los bocinazos. Antes de subir hay que tomar recaudos. La banquina está descalzada unos diez centímetros y una mala maniobra puede llevar el auto a los tumbos. El viaje es más largo y dentro de unos meses se podría tardar el doble, sin saber realmente si será más seguro.
Fuente: Diario LM Neuquén