Trapem: de la precarización y el acoso laboral a la autogestión

Trapem 1Extenso fue el conflicto que tuvieron que atravesar cuando todavía eran empleados de Aqualic. Bajo el patronazgo del empresario Fulciniti, Luis, Jorge, Daniel, Manuel y Aníbal fueron algunos de los que sufrieron no solo la precarización laboral, sino también las golpizas ordenadas por éste en aparente complicidad con el sindicato. Hoy, comercializan agua envasada y soda bajo su propia marca y trabajan de forma cooperativa y autogestiva.
Por Soledad Arrieta


Entre mates y tras unas cuantas visitas a la nueva fábrica, construida metro a metro por las manos que hoy la trabajan, asumo que es hora de mostrar el gran pequeño mundo que estos hombres parieron tras una extensa y pesada gestación. “Todo comenzó el 1 de abril del 2011”, recuerda Luis Castillo mirando hacia atrás como si de esa fecha a esta parte hubiera pasado una década, aunque lo cierto es que pasaron muchas cosas en muy poco tiempo. “Empezamos a pedir mejores condiciones de trabajo en Aqualic, el jefe dijo que no; hubo toda una lucha que duró un año más o menos, un tire y afloje que terminó con gente golpeándonos y obligándonos a arreglar e irnos”, resumió el trabajador: “cuando quedamos sin trabajo, nos juntamos cinco compañeros y se nos ocurrió la idea de formar una cooperativa. Empezamos a trabajar en un terreno de uno de los compañeros, a pegar ladrillos y a levantar el local. Todo ese proceso duró un año.  Cuando se cumplieron nueve meses más o menos arrancamos con el producto, con el agua y con la soda. Hoy ya tenemos dos meses vendiendo y nos dimos cuenta de que no podríamos haber acertado mejor la mira para generarnos nuestras fuentes de trabajo, porque, si no, estaríamos sin trabajo ahora”.
“Desde el paro hasta que a nosotros nos despidieron pasó exactamente un año”, detalló Luis Castillo: “un año en el que nosotros reclamábamos y nos daban vuelta la cara tanto la patronal como el sindicato. A nosotros el sindicato siempre, de entrada, nos dio la espalda. Siempre dijo que era loco lo que estábamos pidiendo”, aunque, según señala cada uno de ellos, lo que exigían era ni más ni menos que lo que les correspondía según el convenio colectivo de trabajo en el que debía encuadrarse.
Sobre Mario Fulciniti, Castillo dijo que “la mejor forma de defenderse que halló fue aliarse con el sindicato, traer una patota de Buenos Aires y dentro de la empresa golpearnos. Nos pegaron dentro de la empresa y, a su vez, mandó al ministerio de trabajo las indemnizaciones al sesenta por ciento, como diciendo ´te pego y te ofrezco esto para que te vayas´. Obviamente nosotros le dijimos que no”. 
“El tipo (Fulciniti) ganó porque nos obligó a muchos compañeros a tener miedo de volver a la empresa, o a tener bronca. No queríamos volver  la empresa, porque ya que te peguen en tu puesto de trabajo quiere decir que no estás a salvo de que te agarren en la esquina de la plaza después”, señaló Luis Castillo y explicó que finalmente arreglaron, pero por una suma superior al sesenta por ciento que el empresario ofrecía, puesto que consideraron que no era suficiente, “menos habiéndonos pegado”.
“Lo que ganamos nosotros con la lucha fue que lo destruimos mediáticamente al tipo”, dijo Castillo: “hay mucha gente que hoy habla de él como del tipo que se escondía atrás del buen nombre: lo desenmascaramos, se le cayó la careta. No se bancó la lucha. El tipo dijo ´a estos les pego y los saco por el portón´. Y así fue, nos sacó”, pero no la sacó barata.
Los trabajadores ahora cooperativistas contaron que la mayoría de los ex empleados de Aqualic –eran veinte- invirtieron en proyectos personales, “para trabajar en algo propio”. Sin embargo, ellos se agruparon, sabían que la solución debía darse uniéndose, y así se llamó su cooperativa –Trapem significa “somos unión” en mapuzugun-. Compraron una máquina de soda antigua, de las que ya no se fabrican, comenzaron a producir y a vender. Mientras tanto, fueron relacionándose con gente tanto de la región como de Buenos Aires y así pudieron ir acercándose al nuevo producto: el agua envasada que hoy también ofrecen al mercado.
“Nosotros pensábamos que este negocio era un negocio medio limitado, que habían muchas marcas, que había mucha competencia, que la calle está dura. Hoy nos dimos cuenta que el agua es casi un producto de primera necesidad, porque la mayoría de la gente tiene que consumir agua porque es un desastre lo que viene por la canilla”, sostuvo Luis Castillo y explicó que la competencia la hace el repartidor en la calle debido a que “con un repartidor con experiencia en la calle, el producto se coloca y se vende”.
Para concluir, uno de los cinco asociados de Trapem, la cooperativa que hoy representa su fuente de trabajo, pero también parte del ingreso de repartidores que se desempeñan de forma externa, remarcó: “cuando empezamos con el problema, nos dimos cuenta de que había gente muy solidaria. Cuando nosotros estuvimos de paro la gente fue, nos acompañó, nos daba consejos, nos levantó, porque hubo momentos en que estábamos todos para abandonar la lucha. Estuvimos once días día y noche en los portones de Aqualic, en carpas. Ahí fue fundamental, porque la gente que nos acompañó nos demostró que hay gente solidaria y que no pide nada a cambio. En el transcurso de la cooperativa, también”.
La fábrica de la cooperativa de trabajo Trapem está ubicada en Luis Sandrini 676 de la vecina localidad de Centenario, aunque también se reparten sus productos en Plottier y Neuquén (tel: 299- 155346970). La integran Aníbal González, Manuel Ozebila, Daniel Sánchez, Jorge Sura y Luis Castillo, quienes pasan sus jornadas de lunes a viernes en el espacio que construyeron  y construyen cotidianamente, con cada minuto y cada esperanza invertida.