Hoy a las siete de la tarde, al cumplirse 30 años de su primera edición, se presenta El Estado Terrorista argentino, el libro que escribió en 1983 y se convirtió en una herramienta vital para la recuperación de la Memoria, la Verdad y la Justicia. A continuación, una síntesis del prólogo escrito por Mariano Duhalde.
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Tiempo Argentino
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Decía Carlos Marx que "la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases". En este sentido, El Estado Terrorista argentino, libro escrito por Eduardo Luis Duhalde en 1983 durante su exilio español, está imbuido de esa concepción.
En su versión original, editada en España, dice el autor: "Deliberadamente se ha circunscripto este trabajo al aspecto citado –el modelo de Estado Terrorista y su faz clandestina permanente– sin entrar a considerar el proyecto económico que lo sustenta y que exigió la implementación del terror para hacer posible su aplicación…", demostrando así que no desconocía la íntima e indivisible unión existente entre el modelo económico pretendido –con alcance continental– y la metodología que lo hiciera posible, y agregaba: "El terrorismo de Estado es algo más que la consecuencia violenta de la implantación de un régimen dictatorial, es una política cuidadosamente planificada y ejecutada, que respondió a proyectos de dominación continental, que actúa pública y al mismo tiempo clandestinamente a través de estructuras institucionales. (…) Este modelo de Estado hace que su análisis y denuncia supere en su propósito el mero desenmascaramiento y el propósito de castigo del accionar criminal de las Fuerzas Armadas representadas sucesivamente por Videla, Viola, Galtieri y Bignone, para apuntar a combatir este tipo de Estado en sí, capaz de sobrevivir en sus elementos constitutivos ilegítimos más allá de la propia vida política de sus implantadores."
En 1998, en el prólogo a la edición que tituló El Estado Terrorista argentino. Quince años después, una mirada crítica, explicaba que la posibilidad de contribuir mínimamente a desnudar la esencia perversa del Estado Terrorista y la conciencia de que El Estado Terrorista argentino formaba parte de la historia de la lucha contra la impunidad y la desmemoria –y como tal no debía desaparecer–, lo habían decidido a reeditarlo, para aportar, con este análisis global del modelo represivo instaurado, al acervo histórico de las nuevas generaciones de argentinos.
Aparece así la memoria como un eje en torno al cual –unido a los principios de verdad y justicia–, Eduardo Luis Duhalde no dejará de trabajar, institucionalmente en su labor como secretario de Derechos Humanos como en su tarea de intelectual comprometido, profundizando los desarrollos teóricos hasta el último día de su vida.
Entre 1983 y mayo de 2003, cuando fue designado por el presidente Néstor Kirchner secretario de Derechos Humanos –cargo con el que fue nuevamente honrado por la presidenta Cristina Fernández en sus dos mandatos–, Duhalde se dedicó a múltiples actividades. Tuvo a su cargo el dictado de Derecho a la información en la carrera de Ciencias de la Comunicación (Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires). Se consagró a la reconstrucción de la memoria del campo popular y a la reflexión teórica sobre la responsabilidad institucional del Estado en el proceso de reparación histórica. Para ese fin fundó en 1985 la editorial Contrapunto –que durante los años del gobierno de Raúl Alfonsín publicó más de 60 títulos–. Escribió numerosos artículos para publicaciones de todo el país y dio conferencias en el ámbito nacional e internacional; ligado siempre en su actividad al trabajo de los organismos de Derechos Humanos. Por esa labor fue designado por Naciones Unidas como consultor de Derechos Humanos en distintas misiones en América Latina y África, que desempeñó a lo largo de una década y recibió el Premio Internacional al Periodismo, otorgado por la Asociación Pro-Derechos Humanos de España. Durante ocho años se desempeñó como juez de cámara en un Tribunal Oral en lo Penal de la Nación, cargo al que renunció para sumarse a la campaña presidencial de Néstor Kirchner, quien lo designó secretario de Derechos Humanos al asumir la presidencia de la República.
Durante esos años y en sus diferentes facetas de actuación se dedicó a combatir la impunidad y la desmemoria; comprometió su empeño militante en la construcción de la verdad histórica, así como también en la reparación y la justicia, rescatando la memoria de los 30 mil desaparecidos, y las luchas y desvelos de los familiares y sobrevivientes.
Con un estilo metódico de trabajo y una militancia permanente por la defensa y vigencia de los Derechos Humanos, no cejó en el empeño por formarse: emprendió la lectura de textos de disciplinas que en principio no le eran propias, pero acabaron por no serle ajenas, y ayudaron a forjar al hombre integral, capaz de ahondar en el sufrimiento personal que la acción del Estado Terrorista había causado, y a la vez interrogarse sobre la manera de reparar el daño obrado en el tejido social en las víctimas y sus familiares. Su labor intelectual y política, su "optimismo ontológico" –como le gustaba decir–, lo llevó en 2002 a construir una alternativa política con el puñado de hombres y mujeres que se nuclearon con Néstor y Cristina en el Frente para la Victoria.
En mayo de 2003, con la asunción como presidente de la Nación de Néstor Kirchner, comenzó en el país un proceso de cambio y de ruptura con la política de impunidad y desmemoria sustentada por la falsedad de la teoría de los dos demonios, proceso en que Duhalde invertiría toda su capacidad teórica y su tiempo. En su discurso inaugural, Kirchner marcó que no dejaría sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno. Esa declaración supuso el inicio de la recuperación ética de la Argentina, corroborada por la lucha contra la impunidad y la asunción de los principios de memoria, verdad y justicia como políticas de Estado.
Duhalde, con afán infatigable, se dedicó a recrear las herramientas que permitieron llevar adelante los objetivos planteados por Néstor Kirchner y convertir a la Argentina en una referencia internacional en materia de Derechos Humanos, contribuyendo a crear una cultura que atraviese transversalmente a la sociedad y dé a la totalidad de la Administración Pública un enfoque de derechos.
Sus años de profundización en las secuelas terribles que la dictadura cívico-militar imprimió en la sociedad hicieron que tuviera claridad en cuanto a los instrumentos que debían crearse y las acciones a emprender para contrarrestar las gravísimas heridas infligidas sobre el cuerpo social. No alcanzaba con la reparación simbólica a las víctimas. En ese camino eran necesarios gestos concretos, que dieran cuenta del cambio que se operaba, esta vez definitivamente, en el plano institucional. Así fue que fundamentó jurídicamente la posibilidad –y la necesidad– de presentar a la Secretaría a su cargo como querellante en los juicios de lesa humanidad que se fueron abriendo, para fijar la recuperación ética querellando a quienes desde el control del aparato del Estado habían perpetrado el genocidio argentino. Es decir, convirtiendo al Estado de Derecho en querellante del Estado Terrorista y poniendo a la Secretaría en el papel de restituidora de la matriz ética del Estado.
Sus declaraciones en los juicios, las acusaciones del cuerpo de abogados de la Secretaría, en paralelo con las querellas de los organismos de Derechos Humanos, familiares y sobrevivientes, constituyen aportes fundamentales en estos procesos. Puso en evidencia la complicidad civil y su participación en la dirección y ejecución del plan terrorista con la presentación de la querella contra quien tuvo un rol fundamental en la dictadura: el ex ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, así como también contra los apropiadores de Papel Prensa, en consonancia con el propósito de Kirchner de desnudar la trama civil del golpe de 1976.
La reivindicación de la dignidad del ser humano; el acompañamiento de las víctimas actuales de violaciones de Derechos Humanos; la creación de maestrías en universidades, de seminarios temáticos sobre violencia de género, interculturalidad; la defensa de los derechos de las minorías; la incansable denuncia de los genocidios sufridos por otras comunidades como la judía o la armenia; la solidaridad con los pueblos árabes, latinoamericanos y africanos, lo encontraron siempre preocupado y ocupado.
La producción teórica sobre los efectos del Estado Terrorista recorrió su acción, al tiempo que generaba herramientas para paliarlos. Ejemplo notable fue la creación por decreto de la presidenta del Centro para Atención de Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos Dr. Fernando Ulloa –primero de su tipo en el mundo– dedicado a la atención de víctimas del terrorismo de Estado.
La visibilidad del horror fue un objetivo fundamental. Trabajó en la recuperación del predio ocupado en aquel momento por la
ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) –sede de uno de los centros de concentración más grandes que funcionaron en la Ciudad de Buenos Aires durante la dictadura cívico-militar–, así como también los campos clandestinos La Perla, de Córdoba, y Campo de Mayo, en la zona norte del Gran Buenos Aires. A partir de esas iniciativas se constituyeron los "sitios de memoria" –lugares señalizados como parte del entramado de los más de 500 lugares clandestinos de detención y desaparición– y los "espacios de memoria", destinados a permanecer tal como los dejaron los represores, para recordar a quienes allí fueron victimizados.
Todavía queda mucho por hacer. La cultura de los tiempos del terror y los subsiguientes años de impunidad han calado hondo, en particular en las fuerzas policiales y de seguridad, y en algunos sectores autoritarios de la sociedad. Modificar esa impronta fue una de las principales preocupaciones de Duhalde. Por ello trabajó a nivel federal en sintonía con los ministros que tuvieron a su cargo dichas fuerzas durante los gobiernos de Néstor y Cristina. No fue una tarea fácil ni homogénea con relación a las provincias. Se destacó su preocupación para que las policías fueran permeables a la cultura de los Derechos Humanos y desterraran prácticas delictuales como el "gatillo fácil".
Este prólogo es un homenaje a su tesón y a su sensibilidad. Reeditar esta obra está en línea con su concepción sobre el papel de la cultura y las publicaciones en la construcción de valores. Y fundamentalmente con el compromiso militante. Durante más de 50 años, junto con Rodolfo Ortega Peña hasta su asesinato y luego con muchos compañeros, dedicó gran parte de su tiempo a fundar editoriales, dirigir revistas, escribir libros de historia y de teoría comunicacional, artículos de análisis político, y a dar charlas y conferencias. Llegó a dirigir un matutino de alcance nacional abriendo a otros la posibilidad de expresarse, muchas veces con opiniones distintas, pero convencido de que de la pluralidad se nutre el campo popular y se enriquece la democracia. Apoyó a las Madres, a las Abuelas y a los familiares con publicaciones, acompañándolos en sus denuncias y en su dolor.
Reconoció en el movimiento de Derechos Humanos el reservorio ético de la sociedad, dejando de lado las diferencias políticas, cuando las hubo, en pos de la lucha contra la impunidad y la construcción de un marco estatal donde la memoria, la verdad y la justicia dejaran de ser abstracciones nominales para ser ejes vertebrantes de una sociedad más solidaria y justa.
En este libro encontrará el lector análisis y reflexiones que no pierden su valor por la falta de exactitud de un dato o la ausencia de un nombre. Quienes conocen la verdad de los hechos, tanto los represores como sus cómplices civiles, han preferido callar y no contarla. Los que murieron en prisión eligieron llevarse a la tumba los nombres de los niños apropiados y los datos de sus apropiadores. Han decidido no revelar el plan sistemático con que se instauró el terrorismo de Estado, sus presupuestos teóricos y sus órdenes a la hora de aplicar el secuestro, la tortura y la desaparición. Lo mismo que los nombres de sus víctimas, la causa de su persecución y los nombres de sus asesinos.
La muerte de Eduardo Luis Duhalde el 3 de abril de 2012 nos ha privado de su pluma y de su coherencia, pero nos ha dejado esta herramienta, el ejemplo de su conducta, y la posibilidad de ahondar en el análisis y conocimiento de los hechos para escribir la historia con más y mejores aportes.
Falleció sabiendo que con el fin de la impunidad, el esclarecimiento de los hechos luctuosos de la dictadura y la reparación de sus coonsecuencias con el juzgamiento de los responsables durante el gobierno de Néstor y de Cristina, la Argentina no volverá a ser la misma. «
Por qué Eduardo Luis Duhalde
Eduardo Luis Duhalde abandonó sonriente los tribunales platenses en septiembre de 2010 luego de presentar la querella contra los accionistas del Grupo Clarín en la causa por la apropiación de Papel Prensa. Esa imagen define la infatigable vida de un luchador, que defendió a presos políticos, que vio morir acribillado a su amigo y socio Ortega Peña por las balas de la Triple A, que debió partir al exilio madrileño junto a miles de compatriotas para salvar su vida y la de su familia, que volvió al país en democracia y presentó un libro ineludible, que hoy se vuelve a reeditar, que fue periodista y juez, y que consagró los últimos años de su vida a impulsar, junto con Néstor y Cristina Kirchner, la política de Memoria, Verdad y Justicia que puso fin a la impunidad del terrorismo de Estado en la Argentina. Sin olvidar que detrás de las manos ensangrentadas de los militares, estaban los trajes indolentes de los civiles cómplices. Esta foto resume todo.